Soy agua y roña
Una gota, dos gotas, tres gotas… Ramón acurrucado en su silla frente a la ventana miraba las gotas de lluvia. Eran pocas, las pocas campeonas coladas de entre las persianas de madera exteriores. Y que ahora morían resbalando en el cristal. Resbalando mas y mas. Unas afortunadas bajaban poco a poco, absorbían cual vampiros la humedad de otras gotas fijadas en el cristal. Con la nueva humedad aceleraban hasta llegar al marco del cristal, donde éste se juntaba con la madera de la ventana. Éste era el gran destino de unas pocas afortunadas. Muchas otras gotas resbalaban sin encontrarse a otras gotas en su camino. Estas se iban desangrando en su camino, hasta perder tanta humedad que llegaban a pararse, y morían ahí. Solas. pegadas en el cristal. Observando el extraño mundo al otro lado de esa superficie transparente.
Ramón se sentía como una de estas últimas gotas. Se sentía solo, latente. Esperando que otra gota pasara para acelerar su vida. Catalizándole hasta la meta. Pero esa gota nunca llegaba.
Creía que era un buen partido. No tenía problemas económicos, vivía de rentas, fruto de la herencia de varios pisos y viviendas, ahora alquiladas. Todos los alquileres juntos le daban para llevar una cómoda vida sin tener que trabajar. Además se consideraba poseedor de una inteligencia cultivada, una persona interesante. Sin embargo, no poseía ningún físico especial, así como tampoco ninguna lengua ágil, capaz de rendir corazones. Era más bien introspectivo y soñador. Además…
Mira, por fin! esa gota que estaba paralizada ha sido arrastrada por otra gota, y sus humedades juntas han logrado llegar al nirvana del marco de la ventana.
Pero porque no podía pasarle eso a él?
Varios hilos de pensamiento fluían en su mente. Por un lado, estaba el lado místico-religioso. Pensaba que esperar a otra persona para sentirse completo era un error. Era un sentido budista de la vida que le decía que debía sentirse completo por si mismo, y que sólo cuando se sintiera completo y no necesitara del otro sería cuando dicha persona complementaria llegaría. Pero el racionalizar este pensamiento no aligeraba la carga, una cosa era entenderlo lógicamente y otra que el corazón lo entendiera. Y además ¿era realmente posible sentirse completo totalmente? ¿Cuántos Siddhartas pululaban en el mundo? Desde luego no demasiados. Y desde luego, a veces observaba a otras personas emparejadas y le parecían mentes simples y vacías. “mira que tunning me he puesto en el coche!”, “No me ralles tio, paso de ti, me voy a la disco esta noche con las amigas”, “vale, pero luego no me vengas mañana demasiado resacosa, que tenemos paella con tus padres. Ven pa’qui chorba, que te doy un lenguetazo”. Era este el tipo de pareja fruto de una madurez interior que Ramón no comprendía? Lo dudaba mucho. Una parte mística de él pensaba que quizás esas relaciones luego no llegaban a nada, veía a gentes incultas emparejarse como conejos, solo apuntando al físico mejor que se pueda conseguir con el propio, como una transacción comercial. El inversor de bolsa que dice: estoy satisfecho cuando he conseguido lo mejor posible partiendo de lo que tengo. Y veía esto como algo frío y vacío, pero: acaso no se sentía él mismo como un inversor de bolsa en ese sentido? Creía que quizás Dios le hubiera destinado algo especial, y que tras una larga espera llegaría algo mejor para él, acumulado. Pero acaso pensar eso no lo igualaba a él mismo a ese concepto de conseguir lo mejor posible? Fondo de inversiones “mon amour”, invierta a muchos años a plazo fijo y llévese luego una Afrodita. Si, en el fondo creía que había una parte de verdad cuando pensaba que todo era una ilusión fruto del deseo de justicia divina del débil. La ilusión de burbuja mágica de “los otros lo enfocan todo de un modo porque son malos, pero yo parece que lo enfoque del mismo modo, pero en realidad soy bueno y pienso diferente”. Porque al fin y al cabo: él no era ningún Adonis, pero si que era muy selectivo: que tenga un gran físico ¿no le convertía en superficial el desear eso?, personalidad de un tipo determinado, inteligencia… ¿acaso es lo usual que un ciudadano de Namibia tenga el paladar de un jeque de Arabia Saudí? No debería conformarse con menos? Pero puede él acaso controlar lo que quiere o no? Piensa en las gotas de lluvia que no consiguieron siquiera franquear la persiana, pero… ¿Porque el pensar que en comparación hay gente que apenas puede subsistir no alivia en absoluto su pena?
Vaya, Ramón se había quedado durmiendo con sus pensamientos. Pero por fin llega al mundo de los vivos, tras una pesadilla en la que miles de seres humanos, como si fueran zombies, alzan las manos al cielo en busca de la felicidad, entre todos ellos él mismo, y arriba en dicho cielo pasan parejas de ángeles, siempre en parejas, sus afortunados pies muy por encima de la inmundicia de la soledad.
Las gotas de la noche anterior ya no están. Unas habrán llegado hasta el final de la ventana y quizás hayan ido más allá, hasta penetrar en las entrañas de la tierra, puede que incluso absorbidas por un árbol y transformadas en zumo de tomate o tragadas por algún ser vivo, incluso unas poquísimas gotas formando parte de seres humanos astronautas y navegando por el espacio exterior infinito en forma de orín. Otras se habrán evaporado del cristal, de vuelta a los cielos que les vieron nacer. Esperando a renacer como otra gota algún día, y con la esperanza de que en una próxima vida no caigan directamente al mar y consigan llegar a formar parte de algo más interesante. Pero la vida de las perdedoras evaporadas no desaparece en vano: queda un contorno de arenilla, suciedad, cal, o lo que sea, que atestigua que allí había habido una gota. Dicha roña es la herencia de una vida solitaria.
Hola señorito Ramón, pensaba que no estaba, he venido a limpiar, hoy me toca. Empiezo por las ventanas? Veo que están sucias por fuera.
No Paqui. Hoy no quiero que limpies las ventanas, porque hoy siento que esa suciedad de ahí es mi vida.
Que cosas mas raras dice usted hoy! Bueno, pues entonces me voy a fregar los platos y la cocina.
Y así, un día tras otro, Ramón siguió construyendo castillos de naipes en el aire de su mente, hipótesis tras hipótesis. Mientras, el tiempo seguía escapándosele, y su vida se iba secando como una gota en el cristal, esperando que llegue otra gota y le arrastre, que alguien limpie el cristal, o que suceda algo que corte esa latencia embrujada.
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